-Soy adaptable. – dijo ella. Entonces él le sonrió con simpatía y compasión, y después de unas palmadas en la cabeza trató de decir algunas palabras. No salió nada. La sonrisa se fue evaporando hasta que su cara quedó vacía de expresión, igual que su intento por responder al comunicado de ella.
-En serio. – aseguró ella mirándolo a los ojos, y al verlos así, ausentes, se dio cuenta de que había cometido un error. Nuevamente las palabras –y la ausencia de ellas- le jugaban en su contra. Era imposible intentar revertir lo que había causado, nunca nada sería como antes. Esperó un rato, tratando de captar el clima que había reemplazado la comodidad de antes, y una vez que la asfixia de la incomodidad se hizo realmente presente, optó por despedirse. Ya nada sería como antes. Catapultada a la desesperación, a la tristeza de haber arruinado algo que podría haber sido al menos agradable, saludó sin ganas de decir adiós y se fue caminando hasta la parada de colectivos. Tenía la esperanza de escuchar un llamado de reacción tardía a sus espaldas, una mano en su hombro, una aparición repentina ante ella, justo antes de que llegara el colectivo, y de algún modo todavía la conservaba ya habiendo pagado el pasaje, ya sentada en un asiento individual mirando por la ventana a la gente y los autos y los edificios que pasaban. Es curioso cómo las ilusiones se quedan pegadas. Llegó a su casa sonriendo mientras pensaba en días anteriores, y todavía pensando en eso puso música que hasta hacía unas horas le había hecho bien escuchar. En ese momento su pecho se comprimió un poco y sus recuerdos se hicieron más nítidos, aunque los percibió poco auténticos. Su memoria ya los había deformado, convirtiéndolos más en las canciones que escuchaba que en lo que realmente habían sido. Se dio cuenta de que todo era así, tan deformable, tan adaptable como ella. Optó en ese momento por adaptar su rededor a lo que prefería en ese instante, jugó con el tiempo y el espacio y las formas como si fueran de plastilina. Entonces hizo un disco anaranjado y lo pegó en la unión entre la pared y el piso, era de día, apenas amanecía. Aplanó el cuadrado color gris y lo extendió a lo largo del piso, caminaba por la calle con las manos en los bolsillos y escuchando las mismas canciones de siempre. Armó un cubo con masa roja, lo aplastó y le pegó dos hilos de algodón, uno a cada costado, y se sentó en la hamaca de una plaza. Encendió un cigarrillo y, dejando escapar el humo lentamente, empezó a amasar la última bolita de plastilina.
-En serio. – aseguró ella mirándolo a los ojos, y al verlos así, ausentes, se dio cuenta de que había cometido un error. Nuevamente las palabras –y la ausencia de ellas- le jugaban en su contra. Era imposible intentar revertir lo que había causado, nunca nada sería como antes. Esperó un rato, tratando de captar el clima que había reemplazado la comodidad de antes, y una vez que la asfixia de la incomodidad se hizo realmente presente, optó por despedirse. Ya nada sería como antes. Catapultada a la desesperación, a la tristeza de haber arruinado algo que podría haber sido al menos agradable, saludó sin ganas de decir adiós y se fue caminando hasta la parada de colectivos. Tenía la esperanza de escuchar un llamado de reacción tardía a sus espaldas, una mano en su hombro, una aparición repentina ante ella, justo antes de que llegara el colectivo, y de algún modo todavía la conservaba ya habiendo pagado el pasaje, ya sentada en un asiento individual mirando por la ventana a la gente y los autos y los edificios que pasaban. Es curioso cómo las ilusiones se quedan pegadas. Llegó a su casa sonriendo mientras pensaba en días anteriores, y todavía pensando en eso puso música que hasta hacía unas horas le había hecho bien escuchar. En ese momento su pecho se comprimió un poco y sus recuerdos se hicieron más nítidos, aunque los percibió poco auténticos. Su memoria ya los había deformado, convirtiéndolos más en las canciones que escuchaba que en lo que realmente habían sido. Se dio cuenta de que todo era así, tan deformable, tan adaptable como ella. Optó en ese momento por adaptar su rededor a lo que prefería en ese instante, jugó con el tiempo y el espacio y las formas como si fueran de plastilina. Entonces hizo un disco anaranjado y lo pegó en la unión entre la pared y el piso, era de día, apenas amanecía. Aplanó el cuadrado color gris y lo extendió a lo largo del piso, caminaba por la calle con las manos en los bolsillos y escuchando las mismas canciones de siempre. Armó un cubo con masa roja, lo aplastó y le pegó dos hilos de algodón, uno a cada costado, y se sentó en la hamaca de una plaza. Encendió un cigarrillo y, dejando escapar el humo lentamente, empezó a amasar la última bolita de plastilina.

1 comentario:
¡te caché!
Hola cariño!! qué bueno que te hayas abierto esto, asi escribís y yo te espío y te digo pavadas porq mucho no me sale decir cuando algo me gusta y ojalá viniese ale y me dijera: "tomá paulitta, asi, decí asi.. " y salga por fin algo verbal digno de todo lo no verbal que quiero transmitir. Es el caso de ahora, yo no soy nada adaptable, y a veces los inconvenientees de no serlo; y la señora del relato (q me la imagino con una rayuela tatuada en la pata, puede ser? ;) ) lo es y a veces los inconveniente de serlo. Supongo que todo tiene su otro lado de la moneda(dicho popular), su otro lado de la luna (pink floyd), su segundo cachete del orto (paulitta), y sólo es cuestión de aprender a ser adaptable en los momentos que se necesita adaptabilidat, y a no serlo cuando conviene mejor que se vaya a cagar todo lo que no se haya adaptado por sí mismo a una.
Pero qué sé yo? por lo pronto, que ni bien llegue a bs.as nos tomamos esos vinitos pendientes entre charlas delirantes con cachetes coloridos y risas y llantos incontrolables.
te quiero muchísimo
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