enfilábamos hacia la fiesta zombie y el colectivo era un fantasma mal invocado. éramos cuatro, iñaki, ezequiel, lulú y yo, y los minutos de espera nos multiplicaba por diez a cada uno de nosotros, nos dividían en partes iguales y se reían de nuestra pequeñez cósmica. más tarde nos unimos de nuevo, pues el autobús se materializaba en nuestra frente con la solidez del tren de "el sabor del té", y realmente no queríamos llegar a villa urquiza con extrañas perforaciones encefálicas, por lo que alzamos el brazo derecho en pedido de stop e ingresamos tarareando la canción de "el autobús mágico" y deseando que la profesora rizos* fuera la conductora. pero no. el viaje fue rojizo y morado, con tintes de negro y marrón cuando los faroles nocturnos no iluminaban lo suficiente. hablamos y hablaron y viajamos con la tranquilidad de quien llega tarde a un sitio donde todo siempre empieza después del horario establecido. nos bajamos ante la orden de iñaki y nadamos media cuadra fría, moviendo los codos para entrar en calor y los pies para caminar. mi tímido toc toc de puerta no funcionó, así que alguno de los muchachos optó por aporrear con violencia viril las maderas que materializaban la división entre el calor y el frío, entre la fiesta y el afuera. una rendija de poca luz y muchos colores fue creciendo del lado izquierdo y, uno a uno, los cuatro nos escabullimos al interior como hacen las serpientes del desierto al notar fuego. y eso fue sólo el principio de nuestra gran gran aventura.
* ¿o la señorita rizos? ¿ricitos? ¿señora ricitos? ¿profesorita ricitos? ricitos suena a arroz. ¿cuál era, lulú? rizos, ¿no? ¿o rastas? basta(s).
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