sus ojos son mágicos, o de cómo por un accidente de tipeo surge un nombre y una historia

joey ramone me mira desde la pared.
una vez conocí a alguien que se hacía llamar joy ramone. sabía inglés y sabía que joy quiere decir alegría y decidió que esa era su misión y usaba anteojos oscuros y aseguraba que si se los sacaba y miraba a alguien fijo, esa persona inmediatamente empezaba a sentir una especie de regocijo irremediable, empezaba a llorar de felicidad, a proferir gritos eufóricos y repartir abrazos y declaraciones de afecto por doquier. yo vi cómo lo hacía. es verdad.
algunos dicen que en realidad joy les daba ácido lisérgico antes de mirarlos y por eso la explosión extática. agregaban que si bien no creían en su supuesto poder, admiraban y aplaudían la coordinación y el cálculo que requería el drogar a las personas y mirarlas cuando el efecto comenzara. pero ellos eran escépticos de los duros, de esos que les mostrás que está todo organizado y te responden con sus argumentos y contradicciones clásicos de escépticos sin siquiera escucharte.
yo le creía a joy. había visto su ritual, que generalmente ocurría en un bar u otro antro donde hubiera bandas tocando. es que claro, ese era el ambiente donde joy nadaba con mayor satisfacción. joy se acomodaba, los codos sobre la barra o la espalda contra la pared y, fumando un cigarrillo, miraba el mar de gente que se movía a su alrededor. la burbuja de humo que rodeaba su cabeza hacía las de puerta con rendija por donde espiar, su espíritu voyeurista se retorcía detrás de los anteojos negros que no dejaban ver sus pupilas, que reflejaban el humo y las personas, hasta que, si uno se ponía a mirar con atención, notaba que en los pseudoespejos se repetía una figura, de entre todos los seres que se escapaban de los marcos negros había uno que no se iba, que siempre se mantenía cerca del centro de los lentes. era entonces cuando la neblina se disipaba y todo se volvía claro y la música perdía potencia y los labios de joy dibujaban una sonrisa. y era cuestión de ver cómo de a poco acercaba su mano a la cara, cómo se bajaba los anteojos con el movimiento clásico de la seducción o la amenaza y cómo sus ojos indescifrables miraban sin la pantalla bloqueándolos. no quedaba más opción que despegarse de sus globos oculares para ver el recorrido que seguían, que parecía marcado con línea punteada a través del aire denso y descubrir a un él o a una ella con la mirada vidriosa, con el hilo de la conversación roto, recibiendo un monólogo invisible de quién sabe qué potencia maldita o divina. y después la alegría.
una vez le pedí que me mirara sin los anteojos. me puse enfrente de joy y le dije: -lo necesito. sacátelos, lo necesito en serio.
joy era de pocas palabras. no me contestó hablando, sino que se limitó a exhibir su cara enmarcada por los lentes negros. yo no entendía cuál era su intención hasta que noté el reflejo que según las leyes luminotécnicas tenía que mostrarme a mí. estaba completamente negro. entonces entendí todo. forcé una sonrisa y apoyé mi espalda contra la pared, al lado suyo.
después de esa noche no volví a ver a joy.