12.8.07

fracción de novela inconclusa, o de cómo los resignaditos están petrificados en donde los dejé

-Vamos, cariño- dice Flor con una voz ronca por el tabaco, grave y afinada por el whisky. Finge un acento neutral, de ésos que se escuchan en las series dobladas al castellano. Sus dientes centellean en su asomo de sonrisa, la miro y no termino de entenderla. Pensé que si le hablaba, si acudía a las herramientas necesarias para llegar a una amistad lograría saber algo más acerca de ella, pero sigue tan hermética como antes. Conseguí saber su nombre, su edad, esas trivialidades que tanta importancia se les da hoy en día. Por medio de diálogos me contó lo que estudiaba, su trabajo por la mañana y sus salidas por la noche, vino a mi departamento, miró mis fotos y escuchó mi música, se sentó en mi lugar sin previo aviso y desde el principio logró invertir los papeles. Quería estudiarla, adivinarla de a poco y terminar conociéndola hasta las entrañas, y sin darme cuenta, al responder sus preguntas, al elaborar mis comentarios y pensamientos con la necesidad de que se quedara, de que no se aburriera, me fui desnudando, arrancando pedazos de mí y ofreciéndoselos en dosis desmedidas, le regalé mis secretos con la esperanza de recibir algo a cambio, algo que es tan diminuto en comparación a lo que esperaba. Le di todo lo que pretendía que ella me entregase, y ella hizo todo lo que yo tenía planeado hacer. Así termino expuesto en mi propia casa, explicándole por qué me siento siempre miserable, por qué tengo los ojos hundidos en mis ojeras permanentes. Ella dice “vamos, cariño”, y casi parece que va a decir algo para hacerme sentir mejor, casi parece que va a compartir una experiencia personal para discutirme, al menos para hacerme pensar de otra forma, pero después se queda callada y el silencio que le sigue, acompañado de su mirada de ojos entrecerrados y su casi sonrisa, es una invitación, una obligación a que yo siga armando mi red de pensamientos. Entonces tomo lo que me queda en el vaso, más hielo derretido que alcohol, y le cuento sobre cuando me quedé encerrado en mi casa a los seis años, esperando que mis viejos se acordaran de que yo estaba ahí adentro, que su hijo nacido accidentalmente tenía hambre y tenía miedo y se lo habían olvidado y no sabía dónde estaba su casette de xuxa y a veces parece hace tan poco, le digo. A veces me acuerdo de mis viejos jóvenes, más que ahora, y parecían tan felices, pero después escuchaba los llantos detrás de la puerta del baño y notaba la tensión en ciertas cenas, y carraspeo y dejo de hablar con la esperanza de que la luz del velador no haga notar mis ojos humedecidos. Flor se levanta de mi silla, se acerca adonde estoy y me pone una mano sobre los ojos. La saca, se sienta a mi lado y me cubre la cara con sus dos manos, una tibia y la otra fría por el vaso que sostenía hasta hace unos segundos. Se siente tan bien, la mano fría se va calentando por el contacto con mi cara y por la sangre que fluye adentro y tengo los ojos cerrados y desearía quedarme así por años, pero ella me saca la máscara de carne y cuando abro los ojos está tan cerca, su nariz blanca apenas a unos centímetros de la mía, su vista dirigida a mi interior, su mirada tan inquisidora como me hubiese gustado tenerla, ella invirtió los papeles y yo la dejé actuar. Se queda a esa distancia imprudente, parece esperar una reacción de mi parte. No sé si besarla o sonreírle o abrazarla o alejarme tarareando la música que sigue sonando a pesar de no haberla escuchado antes. No sé si hacer lo que mi voluntad reclama o lo que ella quiere que haga. Me quedo quieto por un rato hasta que le acaricio la cara mientras me alejo con discreción, me siento más derecho, comento algo más acerca de mi infancia, esta vez sin pensarlo mucho, como para disipar el aire tenso que se había generado. Flor desvía la mirada, ahora seria, todavía callada. Enciende otro cigarrillo y exhala el humo lejos de mí. Pregunta quién es el intérprete de la canción y le respondo aunque tengo la certeza de que ya sabe de quién se trata. No termino de entenderla.

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