15.9.07

después de la lluvia de la A a la Z (o de pe a pa)

nadie me había dicho que había un algo que hacía que el mundo girara de la forma que lo hace. una espiral en su propio lugar, las vueltas que da van estirando y enroscando el resorte de la vida de cientos de miles de millones de organismos hasta que se corta o hasta que algo cede, y el mundo ensortijado se deshace de otro anillo que lo aprieta y lo sofoca como si fuera una faja adelgazante de la época en la que la salud no se relacionaba con la obesidad ni la anorexia.
como decía, cuando tropecé en la calle esa mañana azul y anaranjada, noté por el filo de la baldosa y el reflejo de los colectivos en las vidrieras que en realidad se trataba de un atardecer agitado, una situación de lo más londinense en el medio de la buenos aires pisoteada por la hora pico y sus pies con zapatos que aprietan. levantarse del piso mientras la corriente humana se desplazaba sin ningún respeto por las leyes de la física fue algo que encontré tan difícil como lavarme los dientes y ponerme las medias al mismo tiempo, es decir, no del todo complicado, pero tanto como para quedarse inmóvil unos segundos mientras la baba y la espuma se salen de la boca y los dedos se zafan de las medias, unos segundos de pensar cómo hago esto entonces y mejor no lustrarme las uñas de los pies con el cepillo ni meterme ese pedazo de tela en la boca.
fue un despertar, fue casi como si los hilos que sostenían al mundo hubieran recibido desmedidas dosis de hierro y fortificantes y de golpe todos los organismos hubieran optado por vivir al máximo, causando en sus sostenes una tensión tan insoportable que la redondez deforme del planeta se amatambró y se seccionó hasta reventar por alguno de los costados, y ese atardecer dorado de hora pico y tropezón en la calle brilló e hizo brillar a todo transeúnte y árbol y pajarito aplastado por las mareas de autos exaltados por la onda verde.

1 comentario:

yo dijo...

me gustó el planeta amatambrado.