18.9.08

la venganza de cara mocha

antes estaba y ahora no está pero está. antes estaba y estaba muy bien, muy presente, llaves en mano y cigarrillo en boca. podía pasar al revés, y todo se volvía un poco confuso, pero podía suceder, porque qué esperar de alguien que está y que no está, que decide cuándo basta y así actúa y se aleja. me había prestado un libro de tapa dura y me había dicho que lo cuidara, y lo cuidé, y un día llamé para juntarnos, me pidió que le llevara el libro y después de ese día no nos vimos más. premeditado a más no poder, hasta yo lo sabía, pero cómo parar a alguien que sabe qué no quiere.

después me pidió perdón y volvió a sonreír y todo estaba bien. a los conejos de fuego el año de la rata les pega duro, aparecen y desaparecen cosas que no son opuestas y por eso arden y se acumulan como si fueran arena adentro de las zapatillas mientras se cruza un médano. el desierto que me dejó es indescriptible, frío y seco, la tierra parece hielo y me siento la yerma de garcía lorca. pero después de todo es sePtiembre, y las pequeñas incomodidades que nos acostumbramos a atajar al final son algo así como anécdotas para contar en un viaje en colectivo o antes de empezar una clase o en una llamada telefónica. como la luz cortada. o como el agua cortada. o como internet que no funciona, las líneas de colectivos que están de paro, las mezclas de fotocopias, los golpes de arreglos de caños en la pared, las bolsas rotas en la calle, la descoordinación en los cruces de miradas, los platos acumulándose en la pileta como arena adentro de las zapatillas mientras se cruza un médano, los pantalones rotos, los olvidos en casa, los olvidos en general.

además, me volvió a llamar. hablaba con confianza y al mismo tiempo bufaba, como si algo pudiera aumentar todavía más la incomodidad de la situación. me dijo que estaba haciendo zapping y que iba a haber paro de colectiveros y le dije que gracias por avisar así no perdía tiempo en la parada y tomaba el subte. me invitó a su casa, pero yo justo tenía que hacer cosas y le dije que tenía cosas que hacer, y es muy probable que lo haya tomado mal porque después de ese momento bufó más que hablar y de despidió sin decir que nos veíamos otro día y después de que dije chau escuché el click de fin de llamada y me sentí aplastada como un cúmulo de arena en las zapatillas mientras se cruza un médano. pero qué le iba a hacer, seguía siendo septiembre y lo sería por una semana más; nada iba a salir bien hasta que terminara. mes de enfermedades, mes de exámenes e insistencias, los conejos de fuego tenemos que aprender a lidiar con los pequeños percances cotidianos y deshacernos de la parafernalia trágica que atesoramos en un cajón como los más secretos instrumentos para sadomasoquismo.

por eso preparo un té de manzana, canela y miel y dejo que el agua hierva por un rato y espero a que se enfríe el té en la taza mientras el reloj me dice trece cuarenta y seis y guillermo me habla del tiempo, la inmortalidad con sus dos formas de alcanzarla y el amor, todo en un par de sonetos, y todo y mucho más, tanto que es como si fuera arena en una zapatilla, en un reloj, en un médano, entonces agarro puñados de arena y me los meto en la boca y los mastico hasta que crujen entre los dientes y crujen los dientes; me lleno la boca como un hámster y hasta respiro arena que hace picar toda la nariz y toda la garganta por donde ya pasa el barro de arena y baba que logré armar y siento el trayecto digestivo y pienso en los millones de granos de arena haciendo un peregrinaje, un paseo por el parque de diversiones más húmedo y ácido que jamás visitaron y suena el teléfono. atiendo y ya sé quién es, me habla y no puedo responder más que unas toses atragantadas y un hilo de voz de bob dylan envejecido, entonces me putea, me dice que nunca nada va a funcionar y que prefiere dejar las cosas como están porque conmigo no se puede hablar, y si bien trato de interrumpir su monólogo, sólo hago ruidos de caballo asfixiándose que al parecer no preocupan, sino más bien indignan, y los puteos aumentan y me dice una frase terminante típica de clímax-desenlace que ya sé que tenía pensada desde antes de llamar y corta. dejo el teléfono y como otro puñado de arena. otro percance para contar como anécdota, me digo. muy presente, por siempre, porque le encanta, como cuando te sacás las zapatillas en buenos aires y salen miguitas de arena del médano que cruzaste en la patagonía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

que paso?
Ailén